Desarrolla Hernández, con extraordinaria belleza plástica, su cosmovisión integradora de la tierra y el hombre en la armonía del universo. Pregunta a los campesinos, como lo haría en sus mítines por los pueblos, quién levantó los olivos, quién los cuidó, a quién pertenecen... La dialéctica explotador/explotado (os sepultó en la pobreza) exige una solidaria y enérgica praxis de liberación: de la esclavitud (los pies y las manos presos) a la libertad (Levántate brava).
Dijo Dios: "Hágase la luz". Y se hizo la luz. Dijo el Viento: "Levántate, olivo cano". Y el olivo alzó una mano, escultura vegetal del grito. Y levantó el olivar, hacia la justicia, un bosque de blancas manos. El olivo: símbolo de paz, eterno árbol de vida y gloria (mano poderosa de cimiento). Lenguaje corporal de Miguel: manos, ojos, pies, ceño, frente, carne de orinar, cintura, corazón... Aquí proyecta su propia mano en la rugosa danza del olivo. Esta estrofa, probablemente por razones de censura, no fue seleccionada ni en la versión de Paco Ibañez (Sala Olimpia de París, 1969), ni en la de Jarcha (1975)
Os redujo la cabeza: verbo/metáfora de acción. Lo abstracto (analfabetismo, no saber) se materializa en una cabeza disminuída a lo jíbaro. Quien enseña esto es el mismo que recomendaba a campesinos en 1934 la sabiduría de no querer saber, la alegría de ignorar (Momento campesino). Estas últimas estrofas tampoco pudieron esquivar el lápiz azul de la censura franquista en los recitales de los 70.
Jaén, levántate brava: dirige el fervor de su discurso a la tierra/hombres de Jaén, porque hombres y tierra son lo mismo.
Aceituneros
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.
Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?
Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.
No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.
¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.
Versiones musicalizadas del poema:
Paco Ibañez
Jarcha