Los compañeros Rafael Cid y Aniceto Arias reflexionan sobre las elecciones estadounidenses.
Asombra y maravilla al mismo tiempo la fe ciega de alguna gente. Comenzado ya el siglo XXI, con su idolatría de la sociedad del conocimiento, la ciencia y la técnica, en lo político sigue llevándose el irracional culto a la personalidad. El líder carismático al que nada puede interponerse en su camino es un valor en alza. Las recientes elecciones en Estados Unidos son un bien ejemplo de la Supermanía política que nos invade. Comentaristas, analistas, intelectuales, personalidades del mundo de la cultura, académicos, políticos profesionales, gobernantes y ciudadanos adultos en general han caído rendidos ante el “efecto Obama”. Todos sin distinción creen ver en la llegada del político demócrata a la Casa Blanca el principio de una nueva era. Según los pronósticos de tan nutrida y elocuente audiencia el mundo va a cambiar. A mejor. Sólo porque Obama lo quiere.
¿Pero tiene alguna justificación esta esperanza colectiva? ¿O es un simple espejismo espabilado por el hábil y recurrente marketing político? ¿Se sostiene este cuadro de bondades con lo que poco que sabemos del nuevo presidente estadounidense? ¿Hay algo verdaderamente ilusionante en el discurso de Obama más allá de la evidente ruptura de una tradición racista que impedía a los negros llegar al poder en la primera potencia mundial?
Asombra y maravilla al mismo tiempo la fe ciega de alguna gente. Comenzado ya el siglo XXI, con su idolatría de la sociedad del conocimiento, la ciencia y la técnica, en lo político sigue llevándose el irracional culto a la personalidad. El líder carismático al que nada puede interponerse en su camino es un valor en alza. Las recientes elecciones en Estados Unidos son un bien ejemplo de la Supermanía política que nos invade. Comentaristas, analistas, intelectuales, personalidades del mundo de la cultura, académicos, políticos profesionales, gobernantes y ciudadanos adultos en general han caído rendidos ante el “efecto Obama”. Todos sin distinción creen ver en la llegada del político demócrata a la Casa Blanca el principio de una nueva era. Según los pronósticos de tan nutrida y elocuente audiencia el mundo va a cambiar. A mejor. Sólo porque Obama lo quiere.
¿Pero tiene alguna justificación esta esperanza colectiva? ¿O es un simple espejismo espabilado por el hábil y recurrente marketing político? ¿Se sostiene este cuadro de bondades con lo que poco que sabemos del nuevo presidente estadounidense? ¿Hay algo verdaderamente ilusionante en el discurso de Obama más allá de la evidente ruptura de una tradición racista que impedía a los negros llegar al poder en la primera potencia mundial?
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